Toda mi vida tuve mis propios prejuicios sobre la forma en que ejercería la crianza de mis hijos, todos basados fundamentalmente en cosas que una escucha en la calle, en conversaciones con amigas, con familiares, en la televisión. Tenía mis propias "reglas", como por ejemplo que yo iba a ir a la universidad, y por lo tanto nada iba a evitar que ejerza mi profesión, que mi hijo debía adaptarse a mí, y no yo a mi hijo, que debía aprender a dormir con ruidos y tantas otras cosas.
Pero sucedió que un día me convertí efectivamente en mamá, y me dí cuenta que en realidad no creía en nada de lo que había dicho, que lo había dicho y pensado no solo con una gran ignorancia sino también sin ningún amor.
De repente me encontré con que "ese niño", "mi hijo", "el bebé" era real, era un ser humano de carne y hueso, y no solo eso, era la más maravillosa obra del universo, y la vida me lo había concedido para que yo cuide de él, para que yo vele por su salud, su seguridad, su crecimiento y desarrollo, sus emociones, su felicidad, para que le de las herramientas para formar su identidad, para que le enseñe todo lo que yo había aprendido por haber llegado al mundo antes que él, para que lo ampare y lo proteja, para que lo ame y le enseñe a amar, para que lo alimente, le enseñe a hablar y a caminar, lo lleve a la escuela, a la plaza y al parque, para que lo ayude a sanar, para que cuide sus fiebres, para que le de mi ejemplo.
Y les juro que en ese momento de revelación interior todo, absolutamente todo lo que yo había creído y defendido toda mi vida se cayó al suelo.
Todo lo que había escuchado y repetido sobre la forma en que se debe criar a un niño perdió sentido, porque algo dentro de mí se negaba a aplicarlo. Si mi hija quería upa, yo sentía que debía darle upa, si mi hija lloraba por hambre, yo sentía que debía darle el pecho, aunque no hayan pasado las 3 horas, si mi hija lloraba porque le molestaba el ruido, yo sentía que debía hacer algo para que esa molestia cese, si mi hija lloraba porque no quería que otra persona la cargue en brazos, yo sentía que debía rescatarla de esa persona, no porque fuera mala, sino porque ella no se sentía cómoda con alguien distinto de mí. Y entonces cedí a mis instintos.
Luego conocí el concepto de crianza respetuosa y crianza con apego. Se trata básicamente de respetar las necesidades del niño y responder a ellas en el menor tiempo posible. Se trata de respetar al niño como un ser humano se merece ser respetado. Se trata de no hacer al niño lo que no me gustaría que me hagan a mí. Se trata de obrar con buena fe respecto al niño, creyendo en la legitimidad de sus reclamos, en vez de asumir que está intentando manipularnos, se trata de entender al niño, ponernos en sus zapatos, comprender que no puede hacer nada por sí mismo y que para todo nos necesita.
Por supuesto la llamaron (y la llaman) malcriada, mimada," mamera". Al principio me enojaba, hoy solo sonrío, porque a fin de cuentas sé que ella simplemente pide lo que necesita y que yo estoy ahí para dárselo. y porque sé que si mi hija está bien, no llora, su llanto es siempre causado por algún motivo... aunque ese motivo sea que me necesita a mí.
Lo fundamental de la crianza con apego es que fomenta a satisfacer las necesidades del niño en el menor tiempo posible, lo que implica un alto grado de percepción y compromiso por parte de los padres, porque debemos ser sensibles a los cambios de esas necesidades, que en la primera infancia se producen en todo momento. El niño se encuentra continuamente en un periodo de aprendizaje, y la crianza con apego implica reconocer esos aprendizajes, colaborar para que esos aprendizajes sean positivos (las malas costumbres también se aprenden), y permitir la independencia que el niño vaya "necesitando" en cada momento.
La crianza con apego, tal cual la plantea el Pediatra Dr. William Sears, se basa en los 8 principios siguientes:
Pero sucedió que un día me convertí efectivamente en mamá, y me dí cuenta que en realidad no creía en nada de lo que había dicho, que lo había dicho y pensado no solo con una gran ignorancia sino también sin ningún amor.
De repente me encontré con que "ese niño", "mi hijo", "el bebé" era real, era un ser humano de carne y hueso, y no solo eso, era la más maravillosa obra del universo, y la vida me lo había concedido para que yo cuide de él, para que yo vele por su salud, su seguridad, su crecimiento y desarrollo, sus emociones, su felicidad, para que le de las herramientas para formar su identidad, para que le enseñe todo lo que yo había aprendido por haber llegado al mundo antes que él, para que lo ampare y lo proteja, para que lo ame y le enseñe a amar, para que lo alimente, le enseñe a hablar y a caminar, lo lleve a la escuela, a la plaza y al parque, para que lo ayude a sanar, para que cuide sus fiebres, para que le de mi ejemplo.
Y les juro que en ese momento de revelación interior todo, absolutamente todo lo que yo había creído y defendido toda mi vida se cayó al suelo.
Todo lo que había escuchado y repetido sobre la forma en que se debe criar a un niño perdió sentido, porque algo dentro de mí se negaba a aplicarlo. Si mi hija quería upa, yo sentía que debía darle upa, si mi hija lloraba por hambre, yo sentía que debía darle el pecho, aunque no hayan pasado las 3 horas, si mi hija lloraba porque le molestaba el ruido, yo sentía que debía hacer algo para que esa molestia cese, si mi hija lloraba porque no quería que otra persona la cargue en brazos, yo sentía que debía rescatarla de esa persona, no porque fuera mala, sino porque ella no se sentía cómoda con alguien distinto de mí. Y entonces cedí a mis instintos.
Luego conocí el concepto de crianza respetuosa y crianza con apego. Se trata básicamente de respetar las necesidades del niño y responder a ellas en el menor tiempo posible. Se trata de respetar al niño como un ser humano se merece ser respetado. Se trata de no hacer al niño lo que no me gustaría que me hagan a mí. Se trata de obrar con buena fe respecto al niño, creyendo en la legitimidad de sus reclamos, en vez de asumir que está intentando manipularnos, se trata de entender al niño, ponernos en sus zapatos, comprender que no puede hacer nada por sí mismo y que para todo nos necesita.
Por supuesto la llamaron (y la llaman) malcriada, mimada," mamera". Al principio me enojaba, hoy solo sonrío, porque a fin de cuentas sé que ella simplemente pide lo que necesita y que yo estoy ahí para dárselo. y porque sé que si mi hija está bien, no llora, su llanto es siempre causado por algún motivo... aunque ese motivo sea que me necesita a mí.
Lo fundamental de la crianza con apego es que fomenta a satisfacer las necesidades del niño en el menor tiempo posible, lo que implica un alto grado de percepción y compromiso por parte de los padres, porque debemos ser sensibles a los cambios de esas necesidades, que en la primera infancia se producen en todo momento. El niño se encuentra continuamente en un periodo de aprendizaje, y la crianza con apego implica reconocer esos aprendizajes, colaborar para que esos aprendizajes sean positivos (las malas costumbres también se aprenden), y permitir la independencia que el niño vaya "necesitando" en cada momento.
La crianza con apego, tal cual la plantea el Pediatra Dr. William Sears, se basa en los 8 principios siguientes:
- Preparación para el embarazo, el nacimiento y la paternidad.
- Alimentación con amor y respeto.
- Respuesta sensible a las necesidades del bebé desde que nace.
- Contacto materno el mayor tiempo posible.
- Propicio del sueño seguro físicamente y emocionalmente.
- Propicio del cuidado cariñoso constante.
- Práctica de la disciplina positiva.
- Búsqueda del equilibrio entre la vida personal y familiar.
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Me sentí re identificada con tus palabras, hermosa la reflexión y muy inspiradora, te felicito Mónica, saludos desde Chaco, Sonia.
ResponderBorrarGracias por comentar Sonia, y por tus lindas palabras. Saludos!!
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