30 junio, 2015

Camino a Casa


Tan solo un par de horas antes había hablado con ella por teléfono y fui feliz al escucharla bien, hasta creí que había superado esa puta enfermedad. Fantasías que una tiene, que se yo.  Luego hubo otra llamada, otra que, junto a la primera, quedarían en mi recuerdo por siempre.

Cuando terminó la segunda llamada, con el cuerpo todavía estremecido y mil espinas clavadas en la garganta, llené un bolso con un par de mudas, subí al auto y empecé a manejar.

Los minutos pasaban lentamente, pesaban. Las horas se vestían de viento y soplaban en mis oídos. Eran viento remolineando por la ventanilla del auto, que iban bajas para no morir agobiada por el calor. Así al menos se podía respirar. La ruta parecía de gelatina, ondulada bajo el sátiro sol que no se cansaba de arder. Las horas, el viento, la ruta, el sol… todo iba labrándome, cociéndome, torneándome en el camino a casa. Mi casa, en donde esta vez la bienvenida sería una despedida eterna. 

29 junio, 2015

El Calcetín de la Vida y la Muerte


Cada vez que amanecía abría los ojos lentamente. Primero un ojo, luego otro, sintiendo el ardor de la luz que perforaba sus pupilas. Su única preocupación en el momento en que lograba percibir el amanecer era descubrir si seguía con vida. Habían pasado demasiados años ya, demasiados según él. La vida le dolía, el nuevo día le dolía, la soledad, el silencio, los recuerdos, los seres queridos que ya habían partido…. Por suerte, decía, también le dolía el cuerpo. Y era tan grande el dolor físico, que asi lograba amortiguar al menos un poco el dolor interior. Por eso prefería no tomar calmantes, quería permitir que el dolor de ese cuerpo viejo y achacado lo acaparara todo, se hiciera dueño del tiempo y de su atención, le quitara importancia y presencia a sus demás sufrimientos. 

Pero ese día en particular se despertó y no logro sentir nada, su cuerpo parecía inerte mientras deambulaba por la casa. Llego a preguntarse si realmente estaba vivo o era un simple espectro. 

Luego de mucho andar se dio cuenta que le faltaba un calcetín y que su pie derecho había estado todo el tiempo en contacto con el suelo. Al descubrirlo se pasó una hora buscando el calcetín rojo que le faltaba. 
Pensó que solo si lo encontraba y se lo ponía podría saber si era capaz de entrar en calor. Si, en cambio aun con el cobijo del calcetín su cuerpo seguía frio e insensible tendría por fin la certeza de estar muerto. 
Pero paso mucho tiempo: días, meses, tal vez años… y el siguió siempre así, buscando en vano su calcetín rojo. 
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