Cuentos Para No Dormir
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- ¿Nombre?
- - Samanta.
- - ¿Edad?
- - 26
- - ¿Estudios?
- - Universitarios.
- - ¿Título?
- - Abogada
- - ¿Hijos?
Dudé antes de responder esa pregunta. Dudé, pensé, recordé,
me enojé. ¿Será que en las entrevistas laborales también preguntan a los
hombres si tienen hijos? Cuando preguntan por los hijos, ¿preguntan solo por
los que nacieron? Digo, si es que la existencia de hijos nacidos altera el
perfil de la candidata… ¿no lo altera también el hijo que no nació? ¿el
abortado? ¿el que murió dentro del propio vientre? ¿el que arrebató sueños? ¿el
esperado, que nunca llegó? ¿el que no fue digno de un nombre? Ese hijo que
había querido y no había podido nacer, ese proyecto de ser humano que quedó
trunco… ¿alteraba mi perfil para el puesto?
¿En qué me convertía esa maternidad
arrebatada? ¿Era yo más, o menos idónea que una mujer que jamás había pensado
en ser madre? ¿Más, o menos idónea que una que quiso serlo, pero jamás lo
intentó? ¿Más, o menos que una que quiso, pero no logró un embarazo a pesar de
intentarlo? ¿Más, o menos que una que quiso, lo intentó y vio nacer a su bebé?¿Más, o menos que un hombre? Y si el hombre tiene o no tiene hijos, ¿también
importa? ¿Es más idóneo un hombre con hijos o una mujer con hijos? ¿Un hombre
con hijos que una mujer sin hijos?
Masticando un millón de carajos en mi boca, me limité a
responder “No” y a desear que no sigan preguntando pelotudeces por el estilo,
como por ejemplo si había intenciones de hijos en mi futuro inmediato y otras
mierdas que no hacían más que romperme en dos el corazón.
Salí del edificio inmediatamente después de terminada la
entrevista, con intenciones de no volver más para no tener que enfrentarme otra
vez con esa cara de boba de la mina que hacía las preguntas inapropiadas. Sin
embargo necesitaba el trabajo, más ahora que nunca, más ahora, que estaba sola
y lejos.
Caminé sin rumbo durante un par de horas. Por momentos me
paraba a mirar vidrieras, pero no miraba nada, era una simple excusa para parar
y retener un pensamiento, dibujarlo con el humo del cigarrillo. La sangre del
último aborto todavía salía de mí y me recordaba en cada gota lo inútil que era
como mujer. “Menstruación” lo había llamado el médico.
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